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Archive for the ‘Poemes’ Category

Los sentados

Costrosos, negros, flacos, con los ojos cercados
de verde, dedos romos crispados sobre el fémur,
con la mollera llena de rencores difusos
como las floraciones leprosas de los muros;

han injertado gracias a un amor epiléptico
su osamenta esperpentica al esqueleto negro
de sus sillas; ¡sus pies siguen entrelazados
mañana, tarde y noche, a las patas raquíticas!

Estos viejos perduran trenzados a sus sillas,
al sentir cómo el sol percaliza su piel
o al ver en la ventana cómo se aja la nieve,
temblando como tiemblan doloridos los sapos.

Los Asientos les brindan favores, pues, prensada,
la paja oscura cede a sus flacos riñones
y el alma de los soles pasados arde, presa
de las trenzas de espigas donde el grano cuajaba

Los Sentados, cual músicos, con la boca en sus muslos,
golpean con sus dedos el asiento, rumores
de tambor, del que sacan barcarolas tan tristes
que sus cabezas rolan en vaivenes de amor.

––¡Ah, que no se levanten! Llegaría el naufragio…
Pero se alzan, gruñendo, como gatos heridos,
desplegando despacio, rabiosos, sus omóplatos:
y el pantalón se abomba, vacío, entorno al lomo.

Oyes cómo golpean con sus cabezas calvas
las paredes oscuras, al andar retorcidos,
¡y los botones son, en su traje, pupilas
de fuego que nos hieren, al fondo del pasillo!

Mas tienen una mano invisible que mata:
al volver, su mirada filtra el veneno negro
que llena el ojo agónico del perro apaleado,
y sudas, prisionero de un embudo feroz.

Se sientan, con los puños ahogados en la mugre
de sus mangas, y piensan en quien les hizo andar;
y del alba a la noche, sus amígdalas tiemblan
bajo el mentón, racimos a punto de estallar.

Y cuando el sueño austero abate sus viseras,
sueñan, sobre sus brazos, con sillas fecundadas:
auténticos amores, mínimos, como asientos
bordeando el orgullo de mesas de despacho.

Flores de tinta escupen pólenes como tildes,
acunándolos sobre cálices en cuclillas,
como a ras de unos gladios un vuelo de libélulas
––y su miembro se excita al rozar las espigas.

Les assis (Français), Arthur Rimbaud (1854-1891)

Noirs de loupes, grêlés, les yeux cerclés de bagues
Vertes, leurs doigts boulus crispés à leurs fémurs,
Le sinciput plaqué de hargnosités vagues
Comme les floraisons lépreuses des vieux murs ;

Ils ont greffé dans des amours épileptiques
Leurs fantasque ossature aux grands squelettes noirs
De leurs chaises ; leurs pieds aux barreaux rachitiques
S’entrelacent pour les matins et pour les soirs !

Ces vieillards ont toujours fait tresse avec leurs sièges,
Sentant les soleils vifs percaliser leur peau
Ou, les yeux à la vitre où se fanent les neiges,
Tremblant du tremblement douloureux du crapaud.

Et les Sièges leur ont des bontés : culottée
De brun, la paille cède aux angles de leurs reins ;
L’âme des vieux soleils s’allume, emmaillotée
Dans ces tresses d’épis où fermentaient les grains.

Et les Assis, genoux aux dents, verts pianistes,
Les dix doigts sous leur siège aux rumeurs de tambour,
S’écoutent clapoter des barcarolles tristes,
Et leurs caboches vont dans des roulis d’amour.

– Oh ! ne les faites pas lever ! C’est le naufrage…
Ils surgissent, grondant comme des chats giflés,
Ouvrant lentement leurs omoplates, ô rage !
Tout leur pantalon bouffe à leurs reins boursouflés.

Et vous les écoutez, cognant leurs têtes chauves
Aux murs sombres, plaquant et plaquant leurs pieds tors,
Et leurs boutons d’habit sont des prunelles fauves
Qui vous accrochent l’oeil du fond des corridors !

Puis ils ont une main invisible qui tue :
Au retour, leur regard filtre ce venin noir
Qui charge l’oeil souffrant de la chienne battue,
Et vous suez, pris dans un atroce entonnoir.

Rassis, les poings noyés dans des manchettes sales,
Ils songent à ceux-là qui les ont fait lever
Et, de l’aurore au soir, des grappes d’amygdales
Sous leurs mentons chétifs s’agitent à crever.

Quand l’austère sommeil a baissé leurs visières,
Ils rêvent sur leur bras de sièges fécondés,
De vrais petits amours de chaises en lisière
Par lesquelles de fiers bureaux seront bordés ;

Des fleurs d’encre crachant des pollens en virgule
Les bercent, le long des calices accroupis
Tels qu’au fil des glaïeuls le vol des libellules
– Et leur membre s’agace à des barbes d’épis.

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Los aduaneros

Los que dicen: ¡Rediós!, los que dicen ¡me cagüen!
soldados, marineros, pecios de Imperio, viejos…
nada tienen que hacer ante los Nuevos Guardias
que desgarran la azul frontera a hachazos.

Pipa en boca, faca en mano, hoscos, despreocupados
se van, cuando la sombra en el bosque babea
como hocico de vaca, con sus perros atados,
a practicar, terribles, sus juergas, en la noche.

Marcan con leyes nuevas a las nocturnas faunas
agarran por el cuello a Faustos y a Diávolos.
«¡Esto ya no es posible, viejos! ¡Soltad los bultos!»

Si su serenidad se aproxima a los jóvenes,
el Agente es la presa de encantos que controla…
¡Ay de los Delincuentes que su palma ha rozado!

Les douaniers (Français), Arthur Rimbaud (1854-1891)

Ceux qui disent : Cré Nom, ceux qui disent macache,
Soldats, marins, débris d’Empire, retraités,
Sont nuls, très nuls, devant les Soldats des Traités
Qui tailladent l’azur frontière à grands coups d’hache.

Pipe aux dents, lame en main, profonds, pas embêtés,
Quand l’ombre bave aux bois comme un mufle de vache,
Ils s’en vont, amenant leurs dogues à l’attache,
Exercer nuitamment leurs terribles gaîtés !

Ils signalent aux lois modernes les faunesses.
Ils empoignent les Fausts et les Diavolos.
” Pas de ça, les anciens ! Déposez les ballots ! ”

Quand sa sérénité s’approche des jeunesses,
Le Douanier se tient aux appas contrôlés !
Enfer aux Délinquants que sa paume a frôlés !

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Los poetas de siete años

Y la Madre, cerrando el libro del deber
se marcha, satisfecha y orgullosa; no ha visto
en los ojos azules y en la frente abombada,
el alma de su hijo esclava de sus ascos.

Durante todo el día sudaba de obediencia;
muy listo; sin embargo, algunos gestos negros
pintaban en sus rasgos agrias hipocresías.
En el pasillo oscuro con cortinas mohosas,
le sacaba la lengua, al pasar, con los puños
metidos en las ingles, frunciendo el entrecejo.
Una puerta se abría en la noche: la lámpara
lo alumbraba en lo alto, gruñendo en la lomera,
bajo un golfo de luz colgado del tejado.
Sobre todo en verano, estúpido y vencido,
pertinaz, se encerraba en las frescas letrinas;
y allí pensaba, quieto, liberando su olfato.

Cuando el jardín, lavado del aroma del día
tras la casa, en invierno se inundaba de luna,
tumbado al pie de un muro, enterrado en la marga,
y apretando los ojos para tener visiones,
escuchaba sarnosos rumores de espaldares
¡Compasión! sólo amaba a esos niños canijos,
que avanzan, sin sombrero, con mirar desteñido,
hundiendo macilentos dedos, negros de barro,
en mugrientos harapos que huelen a cagada
y que hablan con dulzura igual que los cretinos.
Y, si su madre al verlo, presa de compasiones
inmundas, se asustaba, la ternura del niño,
honda, se avalanzaba contra aquella extrañeza.
¡Está bien! Pues tenía el ojo azul ––¡que miente!.

A los siete, ya hacía novelas sobre el mundo
del gran desierto, donde la Libertad robada
luce: ¡sol, bosque, orillas, sabanas! Se ayudaba
con textos ilustrados en los que, ebrio, veía
Españolas que rien y también Italianas,
y de pronto llegaba, loca y vestida de india,
––ocho años––, ojos negros, la hija de los obreros
de al lado ––una bruta, que un día le saltó,
desde un rincón, encima, agitando sus trenzas…
y al verla encima de él, le mordía las nalgas,
pues no llevaba nunca falda con pantalón
––Y como ella le hiriese con puños y talones,
se llevó hasta su cuarto el sabor de su piel.

Temía los tristísimos domingos de diciembre,
cuando, bien repeinado y en mesa de caoba,
leía en una Biblia de cantos color berza;
los sueños le oprimían cada noche en la alcoba.
No amaba a Dios; sólo a los hombres negros con blusa,
que veía, de noche, por el hosco suburbio,
donde los pregoneros, tras un triple redoble
de tambor, reunían entorno a las proclamas
el gruñido y los gritos de aquella muchedumbre.
Soñaba con praderas en amor, en las que olas
luminosas, perfumes y pubescencias de oro
se agitan lentamente hasta emprender el vuelo.

Y al gozar, ante todo, con las cosas umbrías,
cuando en la habitación, con la persiana echada,
alta, azul, aunque llena de ásperas humedades,
leía su novela mil veces meditada,
cargada de ocres cielos y bosques sumergidos,
y de flores de carne que hacia el cielo se abrían,
¡vértigos y derrubios, fracaso y compasión!
––Mientras iba creciendo el rumor del suburbio
en la calle––, acostado, solo, sobre cretonas
crudas, y presintiendo la vela con furor.

Les poètes de sept ans (Français), Arthur Rimbaud (1854-1891)

Et la Mère, fermant le livre du devoir,
S’en allait satisfaite et très fière, sans voir,
Dans les yeux bleus et sous le front plein d’éminences,
L’âme de son enfant livrée aux répugnances.

Tout le jour il suait d’obéissance ; très
Intelligent ; pourtant des tics noirs, quelques traits
Semblaient prouver en lui d’âcres hypocrisies.
Dans l’ombre des couloirs aux tentures moisies,
En passant il tirait la langue, les deux poings
A l’aine, et dans ses yeux fermés voyait des points.
Une porte s’ouvrait sur le soir : à la lampe
On le voyait, là-haut, qui râlait sur la rampe,
Sous un golfe de jour pendant du toit. L’été
Surtout, vaincu, stupide, il était entêté
A se renfermer dans la fraîcheur des latrines :
Il pensait là, tranquille et livrant ses narines.

Quand, lavé des odeurs du jour, le jardinet
Derrière la maison, en hiver, s’illunait,
Gisant au pied d’un mur, enterré dans la marne
Et pour des visions écrasant son oeil darne,
Il écoutait grouiller les galeux espaliers.
Pitié ! Ces enfants seuls étaient ses familiers
Qui, chétifs, fronts nus, oeil déteignant sur la joue,
Cachant de maigres doigts jaunes et noirs de boue
Sous des habits puant la foire et tout vieillots,
Conversaient avec la douceur des idiots !
Et si, l’ayant surpris à des pitiés immondes,
Sa mère s’effrayait ; les tendresses, profondes,
De l’enfant se jetaient sur cet étonnement.
C’était bon. Elle avait le bleu regard, – qui ment !

A sept ans, il faisait des romans, sur la vie
Du grand désert, où luit la Liberté ravie,
Forêts, soleils, rives, savanes ! – Il s’aidait
De journaux illustrés où, rouge, il regardait
Des Espagnoles rire et des Italiennes.
Quand venait, l’oeil brun, folle, en robes d’indiennes,
– Huit ans – la fille des ouvriers d’à côté,
La petite brutale, et qu’elle avait sauté,
Dans un coin, sur son dos en secouant ses tresses,
Et qu’il était sous elle, il lui mordait les fesses,
Car elle ne portait jamais de pantalons ;
– Et, par elle meurtri des poings et des talons,
Remportait les saveurs de sa peau dans sa chambre.

Il craignait les blafards dimanches de décembre,
Où, pommadé, sur un guéridon d’acajou,
Il lisait une Bible à la tranche vert-chou ;
Des rêves l’oppressaient chaque nuit dans l’alcôve.
Il n’aimait pas Dieu ; mais les hommes, qu’au soir fauve,
Noirs, en blouse, il voyait rentrer dans le faubourg
Où les crieurs, en trois roulements de tambour,
Font autour des édits rire et gronder les foules.
– Il rêvait la prairie amoureuse, où des houles
Lumineuses, parfums sains, pubescences d’or,
Font leur remuement calme et prennent leur essor !

Et comme il savourait surtout les sombres choses,
Quand, dans la chambre nue aux persiennes closes,
Haute et bleue, âcrement prise d’humidité,
Il lisait son roman sans cesse médité,
Plein de lourds ciels ocreux et de forêts noyées,
De fleurs de chair aux bois sidérals déployées,
Vertige, écroulements, déroutes et pitié !
– Tandis que se faisait la rumeur du quartier,
En bas, – seul, et couché sur des pièces de toile
Écrue, et pressentant violemment la voile !

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Los pobres en la iglesia

Aparcados en bancos de roble, en los rincones
de la iglesia que entibia su aliento, con los ojos
clavados en el coro dorado, mientras brama
la escolanía cánticos piadosos por sus fauces,

aspirando la cera como un olor de hogaza,
dichosos, humillados, cual perros que apalean,
los pobres del Buen Dios , el patrón y el señor,
ofrecen sus Oremus, irrisorios y obtusos.

¡Está bien ofrecerle bancos lisos a la hembra
después de los seis días en que Dios la maltrata!
pues acuna, revuelto en extrañas pellizas,
algo parejo a un niño que llora sin cesar.

Con las tetas mugrientas al aire, estas sopistas ,
con la oración prendida en ojos que no rezan,
miran a las golfillas de triste pavoneo,
busconas bajo el ala del sombrero deforme.

Fuera, el frío y el hambre y el hombre con su juerga:
¡pues, vale! una hora más; después males a miles.
––Mientras, en torno a ellas, gime, ganguea, charla
un grupito de viejas con enormes papadas.

Y están los epilépticos y esos despavoridos
que todo el mundo huye en las encrucijadas;
y husmeando gozosos en los viejos misales
esos ciegos que un perro introduce en los patios.

Babeando una fe pordiosera y estúpida,
todos dicen su queja infinita a Jesús
que sueña en lo alto, lívido, por la luz amarilla,
lejos de flacos malos y de malos panzudos,

del olor de la carne y las telas mohosas:
farsa humilde y sombría de gestos asquerosos.
––Y la oración florece con frases escogidas,
y el misticismo adopta matices apremiantes ,

cuando en la nave el sol muere, y pliegues de seda
sosos y verdes risas, las damas de los barrios
distinguidos, ––¡Jesús!–– las enfermas de hígado,
dan a besar sus dedos, en el agua bendita.

Les pauvres à l’église (Français), Arthur Rimbaud (1854-1891)

Parqués entre des bancs de chêne, aux coins d’église
Qu’attiédit puamment leur souffle, tous leurs yeux
Vers le choeur ruisselant d’orrie et la maîtrise
Aux vingt gueules gueulant les cantiques pieux ;

Comme un parfum de pain humant l’odeur de cire,
Heureux, humiliés comme des chiens battus,
Les Pauvres au bon Dieu, le patron et le sire,
Tendent leurs oremus risibles et têtus.

Aux femmes, c’est bien bon de faire des bancs lisses,
Après les six jours noirs ou Dieu les fait souffrir !
Elles bercent, tordus dans d’étranges pelisses,
Des espèces d’enfants qui pleurent à mourir.

Leurs seins crasseux dehors, ces mangeuses de soupe,
Une prière aux yeux et ne priant jamais,
Regardent parader mauvaisement un groupe
De gamines avec leurs chapeaux déformés.

Dehors, le froid, la faim, l’homme en ribote :
C’est bon. Encore une heure ; après, les maux sans noms !
– Cependant, alentour, geint, nasille, chuchote
Une collection de vieilles à fanons :

Ces effarés y sont et ces épileptiques
Dont on se détournait hier aux carrefours ;
Et, fringalant du nez dans des missels antiques,
Ces aveugles qu’un chien introduit dans les cours.

Et tous, bavant la foi mendiante et stupide,
Récitent la complainte infinie à Jésus,
Qui rêve en haut, jauni par le vitrail livide,
Loin des maigres mauvais et des méchants pansus,

Loin des senteurs de viande et d’étoffes moisies,
Farce prostrée et sombre aux gestes repoussants ;
– Et l’oraison fleurit d’expressions choisies,
Et les mysticités prennent des tons pressants,

Quand, des nefs où périt le soleil, plis de soie
Banals, sourires verts, les Dames des quartiers
Distingués, – ô Jésus ! – les malades du foie
Font baiser leurs longs doigts jaunes aux bénitiers.

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La orgía parisina o París vuelve a poblarse

¡Cobardes, aquí está! ¡La estación os vomita!
El sol ha enjugado con su ardiente pulmón
los paseos que un día ocuparon los Bárbaros .
Ésta es la Ciudad santa, sentada al occidente .

¡Vamos! se han prevenido los reflujos de incendios .
Ved los muelles aquí, allá los bulevares,
las casas sobre el cielo azul, brillante, ingrávido,
antaño constelado por un rubor de bombas.

¡Esconded los palacios muertos en cajoneras!
El viejo día loco refresca los recuerdos.
Ved el rebaño rojo de impúdicas nalgueras :
locos, podréis ser raros, pues vais despavoridos.

Perras que vais en celo comiendo cataplasmas,
las casas de oro os llaman a gritos. ¡Id, volad!
¡Comed! La noche alegre con sus hondos espasmos
ha bajado a la calle. ¡Bebedores aciagos

bebed! Cuando amanece, con luz intensa y loca
que a vuestro lado husmea los lujos desbordados,
¿no os volvéis, frente al vaso, impávidos babosos,
con los ojos perdidos en blancas lejanías?

¡Tragad, para la Reina de nalgas en cascada! .
Escuchad cómo suenan los eructos estúpidos,
¡desgarrados! ¡Oíd, cómo en noches ardientes
saltan con estertores, viejos, peleles, siervos!

¡Corazones mugrientos, bocas horripilantes,
más fuerte, ¡masticad! hediondos gaznates!
Que les traigan más vino a estos lerdos ignobles:
la andorga se os derrite de infamia, ¡Vencedores!

¡Desplegad vuestro olfato a las náuseas grandiosas!
¡Emponzoñad las cuerdas que esperan vuestros cuellos!
Posando, en vuestras nucas, sus manos enlazadas
el Poeta os impele, «i cobardes!, a ser locos».

Como andáis escarbando el vientre de la Hembra
teméis que tenga aún un estremecimiento,
y grite, sofocando vuestra infame camada
contra su duro pecho, con horrible apretón.

Peleles, sifilíticos, locos, reyes, ventrílocuos,
¿qué le puede importar al putón de París
vuestras almas y cuerpos, harapos y ponzoñas?
¡Os zarandeará, hurañas podredumbres!

Y cuando hayáis caído, gimiendo contra el pecho,
derrumbados, pidiendo, locos, vuestro dinero,
la roja cortesana, la de las tetas bélicas
lejos de vuestros miedos, apretará los puños.

Después de haber bailado con furia en las tormentas,
París, tras recibir tan numerosos tajos,
cuando yaces, ahora, guardando en tus pupilas
luminosas, la dicha de un renacer salvaje .

¡Oh ciudad dolorida, oh ciudad casi muerta,
con tu rostro y tus pechos de cara al Porvenir,
ofrecida a la noche de mil puertas vacías,
y que un Pasado horrible podría bendecir:

cuerpo magnetizado para males enormes,
que te bebes la vida, espantosa, de nuevo,
al manar de tus venas un flujo de gusanos
blancos, mientras helados dedos rondan tu amor.

¡Y no está mal! Las larvas, las larvas macilentas
no podrán estorbar tu soplo de Progreso,
igual que las Estringes no apagaron el ojo
azul de las Cariátides que inunda un oro astral .

Aunque sea espantoso verte cubierta así;
aunque nunca ciudad fuera cambiada en úlcera
tan hedionda, en medio de la verde Natura,
el Poeta te dice: «Tu Belleza es espléndida».

La tormenta te ha hecho poesía suprema;
el inmenso bullicio de las fuerzas te alienta;
tu obra hierve, la muerte ruge, ¡Ciudad ungida!
Amontona estridencias en lo hondo del clarín

El Poeta hará suyo el llanto del Infame,
el odio del Forzado, el clamor del Maldito;
y sus rayos de amor flagelarán las Hembras.
Su estrofa brincará: ¡Mirad, mirad, bandidos!

Sociedad, todo ha vuelto a su sitio: la orgía
llora su estertor viejo en el viejo prostíbulo;
y el gas, en su delirio, por las murallas rojas,
arde siniestramente hacia el pálido azul.

L’orgie parisienne ou Paris se repeuple (Français), Arthur Rimbaud (1854-1891)

Ô lâches, la voilà ! Dégorgez dans les gares !
Le soleil essuya de ses poumons ardents
Les boulevards qu’un soir comblèrent les Barbares.
Voilà la Cité sainte, assise à l’occident !

Allez ! on préviendra les reflux d’incendie,
Voilà les quais, voilà les boulevards, voilà
Les maisons sur l’azur léger qui s’irradie
Et qu’un soir la rougeur des bombes étoila !

Cachez les palais morts dans des niches de planches !
L’ancien jour effaré rafraîchit vos regards.
Voici le troupeau roux des tordeuses de hanches :
Soyez fous, vous serez drôles, étant hagards !

Tas de chiennes en rut mangeant des cataplasmes,
Le cri des maisons d’or vous réclame. Volez !
Mangez ! Voici la nuit de joie aux profonds spasmes
Qui descend dans la rue. Ô buveurs désolés,

Buvez ! Quand la lumière arrive intense et folle,
Fouillant à vos côtés les luxes ruisselants,
Vous n’allez pas baver, sans geste, sans parole,
Dans vos verres, les yeux perdus aux lointains blancs ?

Avalez, pour la Reine aux fesses cascadantes !
Ecoutez l’action des stupides hoquets
Déchirants ! Ecoutez sauter aux nuits ardentes
Les idiots râleux, vieillards, pantins, laquais !

Ô coeurs de saleté, bouches épouvantables,
Fonctionnez plus fort, bouches de puanteurs !
Un vin pour ces torpeurs ignobles, sur ces tables…
Vos ventres sont fondus de hontes, ô Vainqueurs !

Ouvrez votre narine aux superbes nausées !
Trempez de poisons forts les cordes de vos cous !
Sur vos nuques d’enfants baissant ses mains croisées
Le Poète vous dit : ” Ô lâches, soyez fous !

Parce que vous fouillez le ventre de la Femme,
Vous craignez d’elle encore une convulsion
Qui crie, asphyxiant votre nichée infâme
Sur sa poitrine, en une horrible pression.

Syphilitiques, fous, rois, pantins, ventriloques,
Qu’est-ce que ça peut faire à la putain Paris,
Vos âmes et vos corps, vos poisons et vos loques ?
Elle se secouera de vous, hargneux pourris !

Et quand vous serez bas, geignant sur vos entrailles,
Les flancs morts, réclamant votre argent, éperdus,
La rouge courtisane aux seins gros de batailles
Loin de votre stupeur tordra ses poings ardus !

Quand tes pieds ont dansé si fort dans les colères,
Paris ! quand tu reçus tant de coups de couteau,
Quand tu gis, retenant dans tes prunelles claires
Un peu de la bonté du fauve renouveau,

Ô cité douloureuse, ô cité quasi morte,
La tête et les deux seins jetés vers l’Avenir
Ouvrant sur ta pâleur ses milliards de portes,
Cité que le Passé sombre pourrait bénir :

Corps remagnétisé pour les énormes peines,
Tu rebois donc la vie effroyable ! tu sens
Sourdre le flux des vers livides en tes veines,
Et sur ton clair amour rôder les doigts glaçants !

Et ce n’est pas mauvais. Les vers, les vers livides
Ne gêneront pas plus ton souffle de Progrès
Que les Stryx n’éteignaient l’oeil des Cariatides
Où des pleurs d’or astral tombaient des bleus degrés. ”

Quoique ce soit affreux de te revoir couverte,
Ainsi ; quoiqu’on n’ait fait jamais d’une cité
Ulcère plus puant à la Nature verte,
Le Poète te dit : ” Splendide est ta Beauté ! ”

L’orage t’a sacrée suprême poésie ;
L’immense remuement des forces te secourt ;
Ton oeuvre bout, la mort gronde, Cité choisie !
Amasse les strideurs au coeur du clairon sourd.

Le Poète prendra le sanglot des Infâmes,
La haine des Forçats, la clameur des Maudits ;
Et ses rayons d’amour flagelleront les Femmes.
Ses strophes bondiront : Voilà ! voilà ! bandits !

– Société, tout est rétabli : – les orgies
Pleurent leur ancien râle aux anciens lupanars :
Et les gaz en délire, aux murailles rougies,
Flambent sinistrement vers les azurs blafards !

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Las manos de Jeanne-Marie (Castellano)

Jeanne-Marie tiene las manos fuertes,
manos oscuras que ha curtido el sol,
pálidas manos, como manos muertas.
––¿De Juana estas manos son?.

¿Han absorbido morenas pomadas
por el mar de la voluptuosidad?
¿han ido a templarse en la luz de luna
que llena el estanque de paz?

¿No habrán ido a beber bárbaros cielos,
serenas sobre rodillas galantes?
o ¿no habrán enrollado enormes puros
o traficado con diamantes?

¿No habrán marchitado pétalos de oro
a los pies ardientes de las Madonas?.
Pero, en su palma brota y duerme, negra,
la sangre de la belladona.

¿Manos cazadoras de negros dípteros
que se van, libando los azulones
de las mañanas hacia los nectarios,
y que mezclan negras pociones?

¿Qué Sueño loco las habrá llevado
en insólitas pendiculaciones?
Un extravagante sueño de Asias
de Kengavares y Siones.

Estas manos no han vendido naranjas
ni se han bronceado al pie de los dioses:
estas manos no han lavado pañales
de niños ciegos y tripones.

No son manos de prima, ni de obreras
de frentes abombadas y que abrasa,
un sol ebrio de oscuros alquitranes,
por bosques que apestan a fábrica.

Son manos que desloman espinazos,
pero que nunca han hecho el menor daño;
fatales, con fatalidad de máquinas,
pero fuertes como un caballo.

Se agitan como si fueran hogueras,
y al sacudirse sus fríos temblores
sus carnes van cantando Marsellesas:
¡nunca canta Kirieleisones!

Os pueden romper el cuello, mujeres
indignas, y triturar vuestras manos,
nobles mujeres, sucias de carmín
y de polvos ––manos de fango.

¡Vuelve tontos de amor a los borregos
el brillo de estas manos que enamoran!
Y el sol, en su esplendor, siembra un rubí
por su falange apetitosa.

Lunares y manchas de muchedumbre
las broncean, como pechos de antaño:
¡El dorso de estas Manos es la plaza
que todo Rebelde ha besado!

¡Se han vuelto pálidas, con encanto,
a pleno sol, cuando de amor rebosa,
por el París en rebeldía, junto
al bronce de ametralladoras,

¡Pero, a veces, oh sacrosantas manos
en tus puños, Manos en las que tiemblan
nuestros labios nunca desembriagados,
grita el fulgor de una cadena!

Y en nuestro ser un sobresalto extraño
irrumpe, cuando quieren, Manos de ángel,
arrancaros la carga que os arrastra,
hasta que brota vuestra sangre.

Les mains de Jeanne-Marie (Français), Arthur Rimbaud (1854-1891)

Jeanne-Marie a des mains fortes,
Mains sombres que l’été tanna,
Mains pâles comme des mains mortes.
– Sont-ce des mains de Juana ?

Ont-elles pris les crèmes brunes
Sur les mares des voluptés ?
Ont-elles trempé dans des lunes
Aux étangs de sérénités ?

Ont-elles bu des cieux barbares,
Calmes sur les genoux charmants ?
Ont-elles roulé des cigares
Ou trafiqué des diamants ?

Sur les pieds ardents des Madones
Ont-elles fané des fleurs d’or ?
C’est le sang noir des belladones
Qui dans leur paume éclate et dort.

Mains chasseresses des diptères
Dont bombinent les bleuisons
Aurorales, vers les nectaires ?
Mains décanteuses de poisons ?

Oh ! quel Rêve les a saisies
Dans les pandiculations ?
Un rêve inouï des Asies,
Des Khenghavars ou des Sions ?

– Ces mains n’ont pas vendu d’oranges,
Ni bruni sur les pieds des dieux :
Ces mains n’ont pas lavé les langes
Des lourds petits enfants sans yeux.

Ce ne sont pas mains de cousine
Ni d’ouvrières aux gros fronts
Que brûle, aux bois puant l’usine,
Un soleil ivre de goudrons.

Ce sont des ployeuses d’échines,
Des mains qui ne font jamais mal,
Plus fatales que des machines,
Plus fortes que tout un cheval !

Remuant comme des fournaises,
Et secouant tous ses frissons,
Leur chair chante des Marseillaises
Et jamais les Eleisons !

Ça serrerait vos cous, ô femmes
Mauvaises, ça broierait vos mains,
Femmes nobles, vos mains infâmes
Pleines de blancs et de carmins.

L’éclat de ces mains amoureuses
Tourne le crâne des brebis !
Dans leurs phalanges savoureuses
Le grand soleil met un rubis !

Une tache de populace
Les brunit comme un sein d’hier ;
Le dos de ces Mains est la place
Qu’en baisa tout Révolté fier !

Elles ont pâli, merveilleuses,
Au grand soleil d’amour chargé,
Sur le bronze des mitrailleuses
A travers Paris insurgé !

Ah ! quelquefois, ô Mains sacrées,
A vos poings, Mains où tremblent nosL
èvres jamais désenivrées,
Crie une chaîne aux clairs anneaux !

Et c’est un soubresaut étrange
Dans nos êtres, quand, quelquefois,
On veut vous déhâler, Mains d’ange,
En vous faisant saigner les doigts !

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Las hermanas de caridad (Castellano)

El joven cuyos ojos son brillantes, con cuerpo
moreno, que debiera ir desnudo a su edad,
con su frente ceñida de cobre, ante la luna,
adorado por Persas, Genio desconocido,

desbocado, aunque tiene ternuras virginales
y negras, orgulloso de su empeño primero,
cual los mares recientes, llanto en noches de estío
que se agitan insomnes en lechos de diamantes;

este joven, al ver la fealdad del mundo,
tiembla en su corazón ampliamente irritado,
y henchido por la herida profunda y permanente
desea que su hermana de caridad venga a él

Pero, Mujer, montón de entrañas, piedad dulce,
nunca fuiste hermana de caridad, no, nunca;
negra mirada, vientre en el que duerme roja
umbría, dedos leves, pechos bien torneados.

Ciega, que aún dormitas, con pupilas inmensas,
nuestro abrazo no fue sino nudo de dudas:
portadora de tetas, eres tú la que pende
de nosotros, ¡oh, duerme!, risueña honda Pasión.

Tus odios, tus perezas permanentes, tus faltas,
y tus brutalidades antaño padecidas,
nos las devuelves, todas, Noche, pero sin odio,
como el raudal de sangre que cada mes derramas

Cuando la hembra, aguantada un momento, lo aterra,
Amor, canto a la vida y llamada a la acción,
llegan la Musa verde y la justicia ardiente,
y desgarran su carne con augusta obsesión

Siempre conmocionado por calmas y esplendores,
dejado por las dos Hermanas implacables,
gimiendo con ternura tras la ciencia nodriza,
le ofrece al verde campo su frente herida, en flor.

Pero la negra alquimia y los santos estudios
repugnan al herido, sombrío sabio altivo,
que siente alzarse en él atroces soledades.
Entonces, siempre hermoso, sin asco del sepulcro…

que crea en la gran meta, los Sueños o Paseos
inmensos, por la noche negra de la Verdad,
y que te llame, enfermo, en su alma y en sus miembros,
¡oh Muerte, misteriosa, oh Sor de caridad!

Les soeurs de charité (Français), Arthur Rimbaud (1854-1891)

Le jeune homme dont l’oeil est brillant, la peau brune,
Le beau corps de vingt ans qui devrait aller nu,
Et qu’eût, le front cerclé de cuivre, sous la lune
Adoré, dans la Perse, un Génie inconnu,

Impétueux avec des douceurs virginales
Et noires, fier de ses premiers entêtements,
Pareil aux jeunes mers, pleurs de nuits estivales,
Qui se retournent sur des lits de diamants ;

Le jeune homme, devant les laideurs de ce monde,
Tressaille dans son coeur largement irrité,
Et plein de la blessure éternelle et profonde,
Se prend à désirer sa soeur de charité.

Mais, ô Femme, monceau d’entrailles, pitié douce,
Tu n’es jamais la Soeur de charité, jamais,
Ni regard noir, ni ventre où dort une ombre rousse,
Ni doigts légers, ni seins splendidement formés.

Aveugle irréveillée aux immenses prunelles,
Tout notre embrassement n’est qu’une question :
C’est toi qui pends à nous, porteuse de mamelles,
Nous te berçons, charmante et grave Passion.

Tes haines, tes torpeurs fixes, tes défaillances,
Et les brutalités souffertes autrefois,
Tu nous rends tout, ô Nuit pourtant sans malveillances,
Comme un excès de sang épanché tous les mois.

– Quand la femme, portée un instant, l’épouvante,
Amour, appel de vie et chanson d’action,
Viennent la Muse verte et la Justice ardente
Le déchirer de leur auguste obsession.

Ah ! sans cesse altéré des splendeurs et des calmes,
Délaissé des deux Soeurs implacables, geignant
Avec tendresse après la science aux bras almes,
Il porte à la nature en fleur son front saignant.

Mais la noire alchimie et les saintes études
Répugnent au blessé, sombre savant d’orgueil ;
Il sent marcher sur lui d’atroces solitudes.
Alors, et toujours beau, sans dégoût du cercueil,

Qu’il croie aux vastes fins, Rêves ou Promenades
Immenses, à travers les nuits de Vérité,
Et t’appelle en son âme et ses membres malades,
Ô Mort mystérieuse, ô soeur de charité.

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Las despiojadoras (Castellano)

Cuando la frente infante, con sus rojas tormentas
convoca al blanco enjambre de los sueños difusos,
llegan junto a su cama dos hermanas risueñas
con sus gráciles dedos de uñas argentinas.

Sientan al niño frente al ventanal abierto,
donde el aire azul baña torbellinos de flores
y por su denso pelo preñado de rocío
sus dedos se pasean, seductores, terribles.

Él, escucha el cantar de sus hálitos tímidos
que expanden amplias mieles vegetales y rosas
y que interrumpe a veces un silbido ––saliva
que los labios absorben o ganas de besar.

Escucha sus pestañas latir en el silencio
perfumado; y sus dedos, eléctricos y suaves,
provocan los chasquidos, entre indolencias grises,
de los piojillos muertos, por sus uñas de reina.

Y un vino de Pereza sube en él, un suspiro
de armónica, capaz de llegar al delirio:
y el niño siente, al ritmo lento de las caricias,
cómo brotan y mueren sus ansias de llorar.

Les chercheuses de poux (Français), Arthur Rimbaud (1854-1891)

Quand le front de l’enfant, plein de rouges tourmentes,
Implore l’essaim blanc des rêves indistincts,
Il vient près de son lit deux grandes soeurs charmantes
Avec de frêles doigts aux ongles argentins.

Elles assoient l’enfant auprès d’une croisée
Grande ouverte où l’air bleu baigne un fouillis de fleurs,
Et dans ses lourds cheveux où tombe la rosée
Promènent leurs doigts fins, terribles et charmeurs.

Il écoute chanter leurs haleines craintives
Qui fleurent de longs miels végétaux et rosés
Et qu’interrompt parfois un sifflement, salives
Reprises sur la lèvre ou désirs de baisers.

Il entend leurs cils noirs battant sous les silences
Parfumés ; et leurs doigts électriques et doux
Font crépiter parmi ses grises indolences
Sous leurs ongles royaux la mort des petits poux.

Voilà que monte en lui le vin de la Paresse,
Soupirs d’harmonica qui pourrait délirer ;
L’enfant se sent, selon la lenteur des caresses,
Sourdre et mourir sans cesse un désir de pleurer.

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El mal, Arthur Rimbaud

El mal (Castellano)

Mientras los escupitajos rojos de la metralla
silban todos el día en el infinito del cielo azul;
mientras escarlatas o verdes, junto al rey burlón
se desploman en masa los batallones bajo el fuego

mientras una espantosa locura machaca
y hace de cien millares de hombres una pila humeante
-¡pobres muertos!, en el verano, en la yerba, en tu alegría,
¡oh Naturaleza!, tú que hiciste a estos hombres sanamente-,

hay un Dios que se ríe de las telas adamascadas
de los altares, del incienso, de los grandes cálices de oro;
un Dios que con el balanceo de los hosanas se duerme

y sólo se despierta cuando algunas madres, recogidas
en su angustia y llorando bajo su vieja toca negra,
le dan un perra gorda liada en su pañuelo.

Le mal (Français), Arthur Rimbaud (1854-1891)

Tandis que les crachats rouges de la mitraille
Sifflent tout le jour par l’infini du ciel bleu ;
Qu’écarlates ou verts, près du Roi qui les raille,
Croulent les bataillons en masse dans le feu ;

Tandis qu’une folie épouvantable broie
Et fait de cent milliers d’hommes un tas fumant ;
– Pauvres morts ! dans l’été, dans l’herbe, dans ta joie,
Nature ! ô toi qui fis ces hommes saintement !…

– Il est un Dieu, qui rit aux nappes damassées
Des autels, à l’encens, aux grands calices d’or ;
Qui dans le bercement des hosannah s’endort,

Et se réveille, quand des mères, ramassées
Dans l’angoisse, et pleurant sous leur vieux bonnet noir,
Lui donnent un gros sou lié dans leur mouchoir !

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Vergüenza, Arthur Rimbaud

Vergüenza (Castellano)

Mientras la cuchilla no haya
cortado este cerebro,
este bulto blanco, verde y graso
de vapor jamás nuevo,

(¡Ah! ¡Él debería cortarse
la nariz, los labios, las orejas,
el vientre, y abandonar
sus piernas! ¡oh maravilla!)

pero, no, creo, en verdad
que mientras la cuchilla
no haya pasado por su cabeza,
las piedras por su costado

y la llama por sus entrañas,
el niño molesto, la bestia tan tonta,
no debe cesar ni un instante
de engatusar y de ser traidor

como un gato de los Montes Rocosos,
¡de apestar todas las esferas!
que a su muerte, ¡oh Dios!
se eleve alguna oración.

Honte (Français), Arthur Rimbaud (1854-1891)

Tant que la lame n’aura
Pas coupé cette cervelle,
Ce paquet blanc, vert et gras,
A vapeur jamais nouvelle,

(Ah ! Lui, devrait couper son
Nez, sa lèvre, ses oreilles,
Son ventre ! et faire abandon
De ses jambes ! ô merveille !)

Mais non ; vrai, je crois que tant
Que pour sa tête la lame,
Que les cailloux pour son flanc,
Que pour ses boyaux la flamme,

N’auront pas agi, l’enfant
Gêneur, la si sotte bête,
Ne doit cesser un instant
De ruser et d’être traître,

Comme un chat des Monts-Rocheux,
D’empuantir toutes sphères !
Qu’à sa mort pourtant, ô mon Dieu !
S’élève quelque prière !

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